Ansiedad: Reconoce lo que te ocurre
¿Qué me ocurre? Pongamosle nombre
Tendemos a “demonizar” la palabra ansiedad, dado que la asociamos a un estado desagradable que nos hace sentir mal cuando está presente. Sin embargo, conviene aclarar algunas cuestiones respecto a la ansiedad, que nos ayudarán a colocarla en el lugar exacto que merece y a darle la atención necesaria.
En realidad, la ansiedad se caracteriza por un estado de alarma que se desata en nuestro organismo y nos lleva a experimentar sensaciones un tanto desagradables como sudoración, taquicardia o angustia entre otras. A priori, esto puede parecer un problema, pero en realidad cuando nuestro cuerpo reacciona de esta forma, podemos decir que está haciendo lo correcto.
¿Cómo actúa tu cuerpo frente a la ansiedad?
Cuando nos encontramos ante una situación que evaluamos como peligrosa (que va a tener consecuencias negativas para nosotros, de algún modo), nuestro organismo “obedece” a nuestro cerebro (que ha evaluado la situación como peligrosa) y se pone en marcha preparándose para la huida por si hay que salir corriendo.
Así, el corazón comienza a bombear más fuerte para asegurar la cantidad de sangre necesaria para pasar a la acción (traduciéndose para nosotros en taquicardia), la respiración se acelera para asegurar la llegada de oxígeno a los músculos para poder salir corriendo (traduciéndose para nosotros en hiperventilación) etc.
Mente-cuerpo
Esta perfecta coordinación mente-cuerpo (estoy en peligro – me preparo para salir corriendo), resulta adaptativa (útil y necesaria) cuando me encuentro ante un peligro real (por ejemplo, veo fuego y salgo corriendo para no quemarme).
En estos casos, las reacciones de mi cuerpo me ayudarían a salvar la vida. Sin embargo, ¿cuándo resultan desadaptativas estas reacciones fisiológicas?, pues claramente, cuando la evaluación de riesgo que hago, no es objetiva y resulta desproporcionada respecto a las reacciones de mi cuerpo.
Temor a ir al dentista
Por ejemplo, cuando acudimos al dentista y nuestra mente evalúa la situación como peligrosa (me va a doler, voy a sufrir, el postoperatorio va a ser complicado etc.).
En este caso tan común de miedo al dentista, mi mente hace una evaluación de riesgos totalmente subjetiva y desproporcionada, ocasionando que mi organismo desencadene de forma automática la respuesta de huida: taquicardia, sudoración, hiperventilación etc.
Incluso, en algunos casos, nos lleva a la evitación o escape (evitando coger cita para colocarme unos implantes a pesar de que no puedo comer bien sin ellos, o anulando las citas con el dentista por miedo a exponerme a la situación), lo cual lejos de ayudarnos, perpetúa el problema.
En este caso, la coordinación mente-cuerpo de la que hablábamos, en lugar de ayudarme a salvar la vida (puesto que, en este caso, no existe un peligro real para la propia vida) me está obstaculizando e impidiendo llevar a cabo una vida normal o incluso cubrir mis necesidades.
Controlar los pensamientos
Ante esta reflexión, debemos tener en cuenta la importancia de controlar nuestros pensamientos (de los cuales, como hemos visto, depende de forma directa la reacción fisiológica de nuestro cuerpo).
Conviene analizar de forma objetiva todo aquello que pensamos e interpretamos, con el fin de controlar las reacciones de ansiedad desadaptativas que nos dificultan el día a día.
Si, por el contrario, nuestras interpretaciones están basadas en experiencias anteriores (y no son del todo subjetivas), quizás sería conveniente poder buscar ayuda para procesar de nuevo las malas experiencias del pasado, y permitir que esto nunca más nos siga obstaculizando en el presente.